Iniciamos la andadura de este nuevo blog de teología de “Aquí-Allá” con el libro «Cristo de otra manera. El verdadero sentido de su pasión» del Padre François Brune, antiguo conocido de nuestro grupo. Pero antes de comenzar con su lectura, conviene hacer una breve presentación de la obra y de su autor.

Pocos libros me han gustado tanto como éste. Lo llevé, en mayo de este año 2012, a un balneario donde estuve con mi mujer y unos amigos y, cuando tenía un rato, me ponía a leerlo como un loco. Mi mujer no comprendía que un libro como éste, que trata de Cristo y de su Pasión, pudiera resultarme tan apasionante. Y esto era así porque, por una parte, el libro critica con fundamento y acierto la teología que estudié sobre el sentido de la Pasión de Cristo y, por otra, esta crítica la hace nuestro amigo François no de forma abstracta sino a través de datos y casos concretos que te enganchan desde las primeras páginas.

Este libro de François Brune pretende nada menos que explicar la Pasión de Cristo desde una perspectiva que se aleja de la teología tradicional, explicada en los seminarios y universidades eclesiásticas, que tenía como base la teología de Santo Tomás de Aquino. Esto supone un cambio copernicano en la manera de entender la teología. Por eso este libro es tan importante. Frente a la manera jurídica de entender tradicionalmente el sentido de la Pasión, ofrece una perspectiva estimulante y grandiosa. Partiendo de los Padres griegos de los primeros siglos y apoyándose en la hermosa fórmula de San Agustín “Dios se hace hombre para que el hombre se convierta en Dios” va a dar una explicación completamente original de lo que es para él el verdadero sentido de la Pasión. Un sentido vivido ya por los místicos de Occidente, que coinciden plenamente con la teología de los Santos Padres y de la teología ortodoxa.

En la Introducción del propio libro he encontrado este pequeño resumen que puede servirnos de marco general:

– «El fundamente del cristianismo se basa en algo completamente insensato, absurdo, que parece ser lo contrario de lo que habría que hacer: para salvarnos, el Hijo de Dios eligió hacerse condenar como un criminal y morir en un patíbulo atroz.

– ¿Por qué razón misteriosa se eligió un método tan extraño? Comprenderlo nos daría con seguridad la clave del sentido de nuestra existencia en la tierra.

– Desde hace algún tiempo, la Iglesia ya no sabe qué sentido dar a la Pasión de Cristo y ésta es una de las razones por las que la Iglesia está en plena crisis. El P. Brune pretende mostrar en este libro que la Iglesia de Occidente se ha equivocado de clave, que no ha descubierto la verdadera razón de esta muerte extraña, pero no tiene razón sin embargo para poner en cuestión el testimonio de los apóstoles»

Personalmente, el libro me ha sugerido tres grandes círculos de atención: el más pequeño se refiere a la Iglesia, el segundo al Universo, el tercero a Dios.

 1º – El primer círculo se refiere a la Iglesia Católica y Romana (ICR).

Parte de un hecho incuestionable: la Iglesia vive actualmente una crisis enorme, la más grave, dice, desde la crisis arriana del siglo IV. El Padre François Brune analiza esta crisis centrándose en una Iglesia concreta: la de Francia. Las cifras que da son impresionantes. Solo un ejemplo: en 1901, fueron ordenados en Francia 1733 sacerdotes para 40 millones de franceses; en 2010, fueron ordenados 83. Brune termina diciendo que la crisis actual es más grave que la de la Reforma Protestante, porque en ésta no se cuestionaba ni la divinidad de Cristo ni el misterio de la Trinidad, mientras en la crisis actual es lo esencial lo que está amenazado por muchos teólogos.

Desde el punto de vista de la teología, la ICR se muestra a veces insegura, imprecisa. Pone dos casos en los que la propia Iglesia ha cambiado de opinión: Los limbos y el Infierno. Brune destaca lo que ha variado la posición de la Iglesia en estos temas y la desorientación que supone para muchos fieles.

Dentro de este primer círculo, el capítulo más importante es sin duda el que se refiere a las Interpretaciones inaceptables de la Pasión. Alude, en primer lugar a la teología tradicional en Occidente. Me quedo confundido al descubrir, en la teología que estudié, y que nadie entonces me ayudó a descubrir, la magnitud del drama que suponía la imagen de Dios que esta teología trasmitía. Las nuevas teologías de la Redención, frente a la teología tradicional, me dejan deprimido. Reducen a Cristo a simple modelo, a modelo político o a modelo de sabiduría. Lo que queda de este Cristo lo resume  Brune con esta frase terrible: «La mayoría de nuestros teólogos o exégetas no creen ya en la Encarnación de Dios en Jesucristo, porque su razón no les permite aceptar el misterio». Alude finalmente a otra tendencia que se da también en la teología actual: la vuelta a la vieja teología. Una teología que se enfrenta al mismo callejón sin salida de la teología tradicional, ya que sigue el mismo esquema anterior de san Agustín y santo Tomás. «Como Sísifo –dice el P. Brune– vuelven a subir la roca a la cima de la colina, pero como la ponen en la misma pendiente, volverá a caer pronto o tarde». El resultado de esta teología, como la de la tradicional, es una teología estancada, esclerosada.

El P. Brune presenta a Cristo y su Pasión de otra manera. Muy distinta de la teología tradicional, porque recoge la reflexión de la teología ortodoxa y la experiencia de los santos y de los místicos. Muy distinta también de las nuevas teologías de la Redención puesto que, bajo las diversas formas, late el abandono progresivo de la fe. 

 2º – El segundo círculo en que podríamos encuadrar este hermoso libro es el Universo.

Este círculo es imprescindible para comprender el sentido de la Pasión de Jesús y sus efectos a través del espacio y del tiempo. Especialmente importante es el capítulo donde analiza lo que es el universo a la luz de la ciencia moderna. El universo –dice François Brune– es un campo de fuerzas: fuerzas que están ahí en el anverso del mundo, en la parte que no se ve, pero que es, en realidad, la más importante, aquella en que se juega todo lo que es esencial. Apoyándose en distintos científicos, el P. Brune trata de avanzar en lo que constituye la esencia del universo:

Las partículas no-separables. «¡Dos fotones, por ejemplo, que interactuaron en el pasado constituyen un todo inseparable, aunque estén muy alejados el uno del otro!», dice Étienne Klein.

Los campos mórficos. J.-L. Mackie decía, en 1974, que encontraba sorprendente «la idea de una “acción a distancia” a través de un espacio espacial o temporal y sin embargo no lo descartamos».

La mediumnidad en todas sus formas. Los científicos pueden constatar la realidad de estos fenómenos, aunque sin comprender cómo funcionan. El autor cita la visión a distancia estudiada por pequeños grupos de científicos y la Trans Comunicación Instrumental (TCI), una forma reciente de mediumnidad relacionada con los aparatos electrónicos.

Nuestros pensamientos son energías. El P. Brune comprende que entra en un terreno rechazado por muchos y se dirige a los que quieren comprender un poco para qué estamos en la tierra. Si el sentido de vuestra vida no os interesa, añade con ironía, «seguid ocupándoos tranquilamente de vuestras próximas vacaciones». Para explicar que nuestros pensamientos son, efectivamente, energías cita a dos mensajeros del Más allá: Pierre Monnier y Roland de Jouvenel.

El holograma. Este punto es tal vez el que más va a ayudar a comprender lo que él va a explicar más adelante sobre la Pasión de Cristo y sus efectos en el mundo. Sorprende la cita que hace de Pierre Monnier como precursor del holograma. Y es que, efectivamente, en 1920, decía Pierre: «toda cosa creada actúa sobre toda otra cosa creada».

Dentro de este campo de fuerzas que es el universo, el P. Brune distingue las fuerzas de las tinieblas y las fuerzas de la luz.

Las fuerzas de las tinieblas las estudia con una meta clara: comprender la victoria total de Cristo sobre el Mal. «Ser cristiano –dice el autor– es creer no solo que Cristo es Dios hecho hombre, sino creer que El nos ha salvado realmente del pecado y de la muerte». El análisis de estas fuerzas lo hace a través de casos concretos: los demonios, Anneliese Michel, los místicos poseídos, las sectas satánicas. ¡Cuando uno lee este enfoque del libro, se da cuenta de la valentía de este hombre frente a tantos teólogos que parecen “maestros de la equidistancia”!

El contagio del mal. Pero la obra de la destrucción de estas fuerzas del mal no podría llevarse a efecto sin la ayuda de todo un grupo de colaboradores, que comparten la misma sed de riqueza, el mismo orgullo, la misma indiferencia por el sufrimiento de los demás. Es el contagio del mal.

Las fuerzas de la luz. El sentido de la lucha de estas fuerzas arranca de la Pasión. «Pretender dar el sentido de la vida de Cristo en esta tierra eliminando su Pasión, su muerte y su resurrección, sería excluir lo que constituye lo esencial», dice Brune. Analiza estas fuerzas arriesgándose, como hace siempre, recurriendo a casos concretos de gran impacto.

Analiza tres casos concretos: Los ángeles velan sobre nosotros; Los “muertos” velan sobre nosotros; Nosotros velamos, en la tierra, unos por otros. No conozco ningún autor que “arriesgue” tanto como el P. Brune. No solo tiene el valor de referirse a estos casos concretos, sino de hacer teología contando con la teología de las Iglesias ortodoxas y con el testimonio de los místicos cristianos de Occidente, aunque sabe que algunos lo tomarán como poco serio.

También en este círculo entiende Brune a Cristo de otra manera, porque, partiendo de la nueva concepción actual del universo de muchos científicos, abre nuevas perspectivas para entender la Pasión de Jesucristo.

 3º – El tercer círculo es el del Amor de Dios.

«Con este misterio del sufrimiento de Cristo, comienza diciendo, nos adentramos en un mundo extraño, difícil de comprender por la mayoría de los hombres de hoy. Parece tener que ver con una especie de complacencia malsana por el sufrimiento, incluso una especie de fascinación». Así lo entiende, por ejemplo Frédéric Lenoir.

Sin embargo, Brune no parte de un Dios sediento de justicia y que castiga, en Cristo, las ofensas cometidas contra él por la humanidad. Esta era la línea tradicional de los teólogos de la Iglesia. El parte de un Dios que «amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito».

Cristo toma en él a toda la humanidad. Cristo se hace presente en el pecador de tal manera que comparte sus pruebas para santificarlos. El P. Brune aplica aquí el esquema del holograma para explicar el fenómeno de la identificación entre Cristo y algunos místicos, como Mechtilde de Hackeborn. El espacio, lo mismo que el tiempo, no cuenta en esta identificación. «El “yo” de Cristo y el “” de Mechtilde –dice el P. Brune– coinciden». A través de varios ejemplos, nos muestra un poco los efectos de la presencia misteriosa de Cristo en nosotros.

La pedagogía del Amor de Cristo va a consistir en llevarnos a  mayor amor, hasta que amemos poco a poco como él nos ama. Esto lo hará desarrollando fases alternativas de felicidad inmensa y de intensas pruebas. ¡Siempre el mismo mecanismo! Los testimonios de la felicidad de ser amados por Dios y de amar a Dios son innumerables. Se podrían hacer grandes antologías de ellos, dice. El P. Brune se contenta con darnos varios testimonios hermosos de esta felicidad en medio de los sufrimientos de algunos místicos que se identifican, de esta manera, con la Pasión de Cristo

El abandono de Cristo en la cruz. La pasión de Cristo incluye algo peor que la muerte, dice Brune: ser abandonado, rechazado por Dios o, al menos creerlo, sentirlo y vivirlo así: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». El autor de este libro hace algo completamente insólito en teología: trata de comprender lo que significa este abandono del Padre, al que se somete Cristo en la cruz, en los santos y en los místicos.

————————

Me parece que si hubiera que resumir lo más significativo de este libro, habría que inventar dos palabras que explican, a mi juicio, a ese Cristo de otra manera del que nos habla su autor: “em-pasionar” y “en-amorar”. Cristo invita a los santos y los místicos a participar, a sufrir con él su propia pasión (em-pasionar); y nos invita también a todos a difundir su amor, a sembrar su amor (en-amorar). Ninguna de las dos palabras existe en castellano, pero creo que expresan gráficamente esa participación en la pasión y en el amor de Cristo, que es lo que distingue a este libro.

 Y para terminar, me permito aludir al autor de este libro en una faceta que no aparece expresamente incluida en el texto: su trabajo. Un día le pregunté: “¿Cómo sacas tiempo para escribir tantos libros?” Y él me dijo con toda tranquilidad: “Trabajo por la noche”. Se pasa toda la noche escribiendo, estudiando y rezando. Nos tiene dicho a los amigos que no le llamemos hasta las dos de la tarde. Es un trabajador incansable del Reino, sin importarle lo más mínimo lo que otros puedan decir.

¡Cuánto podemos aprender de hombres así!

¡Buen día!