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Con este capítulo, terminamos ya el libro del P. François Brune “Cristo de otra manera», un libro que destaca sobre todo por su originalidad.

En primer lugar, porque utiliza “fuentes” absolutamente novedosas: los místicos y los santos son para él verdaderas “fuentes”, porque, como él dice, con sus experiencias constituyen “el corazón mismo de la Iglesia” y por tanto son verdaderas “fuentes” donde beber el auténtico cristianismo, así como una teología marginada en Occidente: la de los hermanos ortodoxos de Oriente. Lo “normal” es utilizar, como fuentes únicas de la teología en Occidente, la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia.

Otra originalidad que aparece en este libro es que prescinde de la teología escolástica de siempre. Me confesaba un día el autor que, desde que estudiaba en el Instituto Católico de París, siempre se había sentido incómodo con ella, sobre todo con determinadas doctrinas de Santo Tomás de Aquino, como la predestinación. Uno se pregunta a veces: ¿de dónde saca la fuerza este teólogo para oponerse a la corriente mayoritaria? Creo que el secreto está que vive con toda honestidad y profundidad algo que ya decían los Padres griegos de los primeros siglos: “nadie puede ser teólogo si no es al mismo tiempo un místico”.

Finalmente, hay otra originalidad en François Brune: utiliza categorías y conceptos modernos para hacer teología. Cuando ningún teólogo católico, que yo sepa, se arriesga a tomar conceptos de la física moderna, por ejemplo, él se mueve en este campo como pez en el agua y ha mantenido siempre una buena relación con científicos modernos de gran altura intelectual.

¡Buen día!

CAPÍTULO 9

El misterio del mundo

François Brune21Es evidente que las víctimas de Nagasaki, como las de Hiroshima, no habían sentido nunca una llamada al martirio. Con su actitud, tenemos señales de aceptación. ¡Pero esto es ya algo extraordinario y de una importancia primordial! Esta correlación: sacrificio impuesto, pero aceptado, se encuentra en la mayoría de los casos de víctimas inocentes. Ahora bien, nos encontramos con que Dios elige la mayoría de las veces a los inocentes para que sean sus perfectas víctimas. Sé que esta afirmación va a provocar en muchos de mis lectores, escandalizados, una verdadera insurrección. ¡Esto sería demasiado injusto!

Sin embargo, el sufrimiento de los inocentes está ahí. ¿No tendrá ningún sentido? Sucede que son los inocentes los que saben sacar de su sufrimiento mayor amor. Se ha visto también recientemente con el seísmo de Haití. Los supervivientes han vivido su drama en la fe y el amor de Dios, sin rebelarse, para gran sorpresa nuestra, de los occidentales. En lugar de admitir esta fe profunda, estoy seguro de que la mayoría de nuestros contemporáneos solo han visto un cuento clerical perfectamente orquestado.

Es el mismo problema por el inmenso sufrimiento de los niños a través del mundo. ¿Qué fuerza puede darles aún el coraje para vivir y muchas veces seguir amando, sino el amor de Dios en ellos? Un ejemplo entre otros, que no puedo dejar de recomendaros, es la vida de Tim Guénard que él mismo ha contado en Plus fort que la haine.[1]

Estas existencias de niños sin amor siguen siendo desgraciadamente mucho más frecuentes de lo que uno pudiera creer, incluso en Francia. Existen también esos millones de niños explotados en los países “en desarrollo”, es decir pobres. Existe el turismo sexual que afecta sobre todo a los adolescentes de esos países pobres y existen también las redes pedófilas, que llegan hasta la tortura y la muerte de niños pequeños, de bebés, con todo el tráfico de películas filmadas “en vivo” antes de serlo sobre la muerte. Estas redes están mucho más extendidas de lo que generalmente se cree. Las víctimas no son cientos, sino miles, probablemente decenas de miles. Las investigaciones sobre estas redes no llegan nunca muy lejos, porque son bloqueadas enseguida para proteger a los socios, a los consumidores, a los suministradores… Su posición social los pone siempre a salvo. Solo son ofrecidos algunos nombres para tranquilizar a la opinión.

¿Qué ocurre entonces entre los verdugos y sus víctimas? ¿Cómo viven ellas su sufrimiento? ¿Sufren pasivamente? Sin que haya consentimiento por su parte, ¿aceptan en cierta manera, perdonar a sus verdugos? No hablo solamente del síndrome psicológico bien conocido, sino de una aceptación espiritual inconsciente de este tipo de víctimas. Las víctimas ¿acaban descubriendo que sus verdugos son también víctimas de las fuerzas de las tinieblas que los torturan también a ellos, los dominan, los abandonan en la esclavitud de sus vicios? Hoy sabemos que todo es vibración. ¿Vibraciones de ternura pueden mezclarse con las del miedo, con las del horror? ¡Qué misterioso es todo esto! ¡Dios solo puede leer toda la complejidad de lo que ocurre en los corazones y asumirla en su inmensa, inmensa compasión! Lee el resto de esta entrada »

En los Encuentros con la hermana Concha, a través de nuestra amiga Amalia, alguien le preguntó por la Pasión de Cristo, en concreto por lo que más le hizo sufrir. Concha, sin dudarlo un momento, respondió: «Su mayor sufrimiento fue interior». Esta opinión coincide con la del P. Brune: la peor de las tentaciones de Cristo fue el abandono que sintió en Getsemaní y en la Cruz. Tanto que le llevó a exclamar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» ¡Esta, dice la teología, es la pena de los condenados en el infierno!

Al contemplar aquí “El abandono vivido por los santos”, tiene uno la impresión de encontrarse en una cancha jugando al baloncesto con tipos de más de 2 metros de altura y uno con 1,65 m. Todos los santos que se citan son verdaderos gigantes. Son elegidos por Dios para algo singular, pero no único: vivir, unidos a Cristo, su mismo “infierno”. La “pena de daño”, la más terrible de los condenados, es no poder amar a Dios y sentirse rechazados por Él

Pero lo incomprensible es que la tentación la sufren, con distintos matices, los santos que aquí se contemplan, después de pasar por lo que se llama “el matrimonio místico”. Dice el P.Brune que esto nos cuesta admitirlo porque tenemos en la mente el esquema de santidad de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Ávila: después de la “noche de los sentidos, de la noche de la inteligencia y de la noche mística”, se llega a “la unión transformante” que permanecen constante hasta el fin de la vida. Parece que esto sería más bien la excepción. Pero leamos los matices de cada uno de estos “gigantes del amor”.

¡Buen día!

CAPÍTULO 8

El abandono de Cristo en la cruz (final)

El abandono vivido por los santos

François Brune20Para la mayoría de la gente, la idea de que también los santos pueden también conocer una prueba así les parece completamente imposible. Esto contradice totalmente la imagen que se han hecho de un santo. Han oído hablar de las etapas necesarias por las que debe pasar un santo para llegar a la unión con Dios. Saben que el candidato a la santidad tendrá que pasar por una especie de “noche”, noche de los sentidos, noche de la inteligencia, noche mística. Pero guardan en la memoria el esquema que se encuentra efectivamente en la vida de san Juan de la Cruz, de santa Teresa de Ávila así como de Ruusbroec el Admirable, en los que, superadas todas estas pruebas, el alma llega a las “nupcias místicas” o, en otro vocabulario, a “la unión transformante”, permaneciendo ya constante esta unión hasta el final de su vida.

Ahora bien, en realidad, este esquema parece más bien excepcional. La mayoría de los santos, ya hemos visto algunos ejemplos, pueden conocer, incluso después de las “nupcias místicas”, nuevas tentaciones, peores muchas veces que las primeras. Vimos que, a veces, los mismos santos comenzaban a comprender que no era por ellos por lo que tenían que superar estas pruebas, sino por otras almas que a veces conocían, pero que con frecuencia ignoraban.

Vamos a ver ahora que son muchos los santos que han sido llamados por Dios a compartir la peor de las tentaciones por la que el propio Cristo tuvo que pasar, la de la desesperación absoluta, la sensación de ser abandonado, negado, rechazado por Dios; peor aún, la maldición de no poder amar a Dios.

Gabrielle Bossis recibió un día este pensamiento de Cristo para que comprendiera mejor la gracia que le otorgaba concediéndole el poder de amarlo:

«Piensa en la alegría de poder amarme. ¡Piensa en la maldición del condenado que solo puede odiarme! No poder amar a Dios es algo espantoso…»[1]

Efectivamente, es la prueba que van a conocer muchos místicos. Es muy difícil ver cómo este sufrimiento, estrictamente psicológico y espiritual, podría aplacar una eventual ira del Padre y repararlo por nuestras “ofensas”. En cambio, es evidente que el esfuerzo de fidelidad a la voluntad de Dios, de aceptación total y de voluntad de continuar amándole, más allá y a pesar de lo que se siente, supone una fuerza de amor extraordinaria que puede ayudar interiormente a muchos pecadores, incluso entre los más desesperados, entre los más perdidos.

Espero no cansaros demasiado con estas listas de testimonios místicos, pero en primer lugar ellos presentan siempre variantes interesantes. Por otra parte, me parece muy importante demostraros que no se trata de algunos casos excepcionales que yo había logrado descubrir a fuerza de buscar. ¡No! Estos casos son incontables y habría podido citar muchos más. Lee el resto de esta entrada »

Me impresiona la alusión del P. François Brune al comienzo de este capítulo al gran teólogo suizo y luego cardenal Hans Urs von Baltasar. Me impresiona, sobre todo, por el trabajo que lleva a cabo con la también suiza y mística Adrienne von Speyr. Esta fantástica mujer tenía la especialidad de captar, a petición de von Baltasar, el estado espiritual de distintos santos del pasado y por tanto también de Cristo en el huerto y en la Cruz. Dicho así, parece ciencia ficción. ¡Cómo es posible que el cardenal von Baltasar trabajase prestando atención a lo que decía una “vidente”!

Pero este gran teólogo no solo tiene en cuenta lo que dice la “vidente” Adrienne, sino que asume lo que ella dice para comprender la soledad y el abandono de Jesús desde el monte de los Olivos hasta la cruz. Me permito subrayar tres cosas que nos permiten comprender hasta dónde llego el sufrimiento de Jesús. Primera, en Cristo una especie de “mecanismo” le permite “desconectar” de su condición divina para sufrir y humillarse más… Segunda, como hombre, el Hijo siente el pecado tal como es, como Dios lo siente en su absoluta pureza. Tercera, sufre la peor de todas las tentaciones: la sensación de desesperación, la impresión de ya nada, ni nadie, ni siquiera puede volver a amarnos…

Desde esta perspectiva se puede comprender un poco el grito de “desesperación” de Cristo en la cruz:  «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es la realización de lo que el Padre y el Hijo han acordado juntos en el amor; por consiguiente, en estas palabras se da la revelación más íntima de Dios.

¡Buen día!

CAPÍTULO 8

El abandono de Cristo en la cruz (inicio)

François Brune19Hay algo peor que la muerte: ser abandonado, rechazado por Dios o, al menos, creerlo y sentirlo, vivirlo así. Esta es, de hecho, la peor de todas las tentaciones. Es exactamente la pena del infierno. Pues bien, Cristo quiso también pasar por ella.

Conozco todas las interpretaciones posibles sobre ese grito de desesperación lanzado por Cristo en la cruz, según san Mateo (Mt 27, 46) y san Marcos (Mc 15, 34): «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». He leído la mayoría de los comentarios sobre este texto. Conozco todos los argumentos de unos y de otros que tienden con frecuencia a reducir el alcance de este grito, aludiendo a que es el primer versículo del salmo XXII que comienza con esta llamada desesperada, pero termina con el anuncio de que todos los pueblos se unirán al Señor, lo que supone por tanto un mensaje de esperanza. Se puede incluso no ver en él, como ciertos “teólogos”, sino el grito de protesta por alguien que es detenido por la policía, muy a pesar suyo, y se lamenta de no haber estado protegido como le parecía que podía esperar.

No discutiré sobre esto, por otra parte para mí no vale la pena. Es en los santos y los místicos donde trataré de comprender lo que significa este abandono. Veremos que, con mucha frecuencia, ellos han sido llamados por Dios a compartir esta prueba; digo bien, a “compartir” esta prueba. Como en los estigmas, no se trata de vivir solo una prueba semejante a la de Cristo, sino de compartir, más allá del tiempo y del espacio, la misma prueba que vivió Cristo. Esto es el centro del mundo, el centro de la historia. Despachar el sufrimiento y la desesperación de Cristo como hizo santo Tomás de Aquino, es simplemente rechazar la fe cristiana en su misterio central, quedarse en el paganismo de Aristóteles.

Pero, lo veremos rápidamente, es fundamental para comprender el sentido de este grito de desesperación, establecer la relación con las últimas palabras de Cristo: «Papá, en tus manos encomiendo mi espíritu». En el primer grito, Cristo siente la peor de todas las tentaciones, la de la desesperación absoluta del que se siente pecador, responsable de crímenes tan monstruosos, que ya no hay para él esperanza de perdón ni de los hombres, ni de Dios. Es necesario que Cristo viva realmente esta situación, la sienta realmente, sin la cual no sufriría la tentación de desesperación vivida en la historia de la humanidad por el hombre que hubiera estado más desesperado; pero es necesario también que supere esta tentación con una confianza absoluta en su Padre, lo que expresan las últimas palabras de Cristo, sin lo cual él solo habría sido un pecador más y no habría hecho nada para ayudar a ese “pecador desconocido” a triunfar de su prueba.

No olvidemos la ósmosis continua, más allá del tiempo y del espacio, entre lo que vive Cristo y cada una de nuestras conciencias. Cristo en la cruz asume la peor de todas las tentaciones que un hombre puede vivir, pero el Amor de Dios en él le permite triunfar de la prueba y comunicar así la fuerza necesaria al que sea más tentado en toda la historia de la humanidad, tanto si murió siglos antes de Cristo como si aún no ha nacido.

Adrienne von Speyr

Ya os he hablado más arriba de la especialidad de Adrienne von Speyr, esa gran mística que podía captar a discreción, a petición del cardenal y teólogo Urs von Balthasar, el estado espiritual interior de distintos santos del pasado. Pues bien, he aquí como comenta la agonía de Cristo en Getsemaní:

«Cierto, también en el huerto de los Olivos, el Hijo tiene la visión del Padre. Pero lo esencial para él, en este momento, es ser totalmente hombre y contentarse con sus facultades humanas… Elige la voluntad del Padre, sabiendo que ella incluirá el sufrimiento, y que si la acepta en función de la obediencia no lo mitigará, muy al contrario… Si quiere lo que quiere el Padre, lo quiere todo sin remisión; pero en cuanto hombre sabe la desmesura, la amplitud, la lentitud y lo inexorable del sufrimiento humano. Y porque conoce la voluntad del Padre, cada vez más exigente, y el modo divino de realizarla, sabe también que tendrá que sufrir hasta el tope máximo, que éste no será establecido por normas humanas, sino que llegará mucho más allá, como si la sustancia humana, la piel humana, no bastasen para recibirlo.»

Cristo en Getsemaní decide por tanto, libremente, para cumplir plenamente la voluntad del Padre, “limitarse a sus facultades humanas”. Esta afirmación significa con toda claridad que hay en Cristo una especie de “mecanismo” que le permite regular, a voluntad, cuando quiere escapar a las condiciones actuales de nuestra naturaleza humana que sufre o, por el contrario, cuando quiere someterse a ellas y asumir todo el rigor. Adrienne recupera aquí completamente toda la teología de la kenosis desarrollada por los teólogos místicos de Oriente, desde los primeros siglos hasta hoy, como creo haberlo demostrado en Pour que l’homme devienne Dieu.

En otra parte, comenta aún con más detalle:

«El Hijo deposita ante el Padre todo lo que él tiene de divino para que el Padre sea con ello más grande y para que sea exaltado. El Hijo solo quiere sufrir y humillarse más profundamente ante este Dios que se engrandece y es cada vez más grande. Quiere sentir, cada vez con más fuerza, la distancia que separa al pecador de Dios. Durante la Pasión, el Espíritu Santo recibe constantemente de las manos del Hijo este sacrificio de su divinidad, y constantemente él también la deposita en el seno y la conciencia del Padre celestial. El Espíritu es el movimiento que hace posible este depósito ante el Padre y asume su cumplimiento. La forma que el Espíritu hace tomar ahora a la unidad hipostática de la divinidad y de la humanidad del Hijo es tal que acusa hasta el extremo la diferencia entre Dios y el hombre, entre el verdadero Dios y el verdadero hombre.»

Adrienne tiene también una visión extraordinaria de la manera como Cristo sintió el pecado en él:

«Como hombre, el Hijo siente el pecado tal como es, como Dios lo siente en su absoluta pureza. Como posee también la integridad de Adán antes de la caída, lo siente también con la pureza del hombre que nunca ha pecado. Pero durante su vida terrestre, le es aplicada estrechamente y por decirlo así “pegada” como una piel, una tercera manera de sentir el pecado: una experiencia interior. Siente y conoce la alteración provocada en el hombre por el pecado. Experimenta la diferencia entre la pureza y la condición pecadora. Sabe cómo se sienten los pecadores. Así, esta piel “pegajosa” no es la expresión de una pura potencialidad (como sería por haber pecado), sino una realidad, una actualidad (como es)… Él sabe por tanto no solo cómo “me siento” cuando he cometido un pecado casi por azar, sino también cómo “me siento” cuando lo he premeditado largo tiempo o cuando no me arrepiento del que he cometido… No omite ninguna eventual experiencia del pecado.»

Esta experiencia de Cristo solo adquiere todo su sentido si se recuerda lo que ya vimos sobre la inhabitación de Cristo en cada uno de nosotros. Recordad lo que decía Adrienne de esta presencia del Cristo oculto en nosotros o de nosotros en Cristo. Es por tanto en realidad en nosotros donde Cristo, más allá del tiempo y del espacio, siente nuestros pecados, no simplemente como nosotros, sino con nosotros, y por eso los siente como si fueran los suyos lo mismo que nosotros los sentimos como nuestros que son…

Más allá de esta experiencia de nuestro pecado, Cristo quiso conocer y sentir la peor consecuencia de nuestras faltas, la peor de todas nuestras tentaciones: el sentimiento de desesperación, la impresión de que ya nada ni nadie, ni siquiera Dios, podrá nunca amarnos de nuevo, de que todo está definitivamente perdido y de que por tanto ya no hay nada que hacer, nada que intentar. Nada. He aquí cómo percibió Adrienne en Cristo esta prueba del desamparo:

«Por amor al Padre, el Hijo renuncia a sentir su amor. Renuncia incluso a comprender el porqué de esta privación. Deja que se cumpla en él sin visión, sin aclaración, sin sentir siquiera su relación con el Padre. Devolviéndole su Espíritu, se ha remitido al Padre para todo lo que le unía a él. Ahora es solo el objeto de una obediencia que ya no se conoce, que ni siquiera es capaz de reflexionar, porque le ha sido quitado todo tema de reflexión y su desamparo es total. Esto último no se explica solo por la ausencia del Padre, sino también por la falta completa de todas las señales de aceptación, de toda prueba en la que se muestre la voluntad del Padre. El hijo ya no tiene nada a lo que agarrarse para encontrarse allí en su sufrimiento. Nada, si no la obediencia dura y ciega. No ve absolutamente nada porque ni el camino, ni el Padre, ni el fruto, son visibles. Calificar de sublime este sufrimiento no tiene sentido, solo puede describirse como la imposibilidad de reconocerse en él, como la ausencia de todo punto de apoyo, de toda comprensión, de toda consecuencia espiritual. Como un consentimiento que ya no puede ampliarse, que ha sido dado de tal manera de una vez por todas que se ha perdido de vista.»

Perdonadme que cite a Adrienne con bastante amplitud, pero es porque su testimonio es extraordinario, uno de los más profundos que yo conozco,  uno de los más conmovedores:

«En la cruz, el Hijo no representará, no transmitirá nada. Solo será una cosa: el hombre abandonado por el Padre. Y como tal se expresará. Solo ve al Padre bajo la forma de no-visión, aunque sufre todo él en las manos del Padre. Toca hasta el fondo del anonadamiento y de la humillación en su encarnación: solo es el hombre desnudo y abandonado. Su cualidad de Hijo de Dios, la ha depositado tan bien ante el Padre que, como hombre, por decirlo así la ha perdido. Para él que tiene dos naturalezas, tiene dos maneras distintas de hablar abiertamente del Padre: como un hombre habla de su Padre al que ha perdido y al que busca, o como en el cielo el Hijo de Dios, cuando contempla al Padre y habla de él abiertamente. Esta última manera será la del cielo, la primera es la de la cruz.

La muerte del Señor crucificado es casi lo contrario de una muerte humana. Mientras en el nacimiento y en la muerte el hombre está ante Dios en la verdad total, desnudo, sin defensa y sin disimulos, el Señor viene de la eternidad y aporta con él toda la visión. Solo en el momento de su muerte llega a esta suprema indigencia de ser solo un hombre, que conoce ya a todo ser humano en su nacimiento. En el fondo, su muerte es su nacimiento. Solo aquí vive la experiencia del abandono total y donde habla, como hombre, abiertamente del Padre… Pero mientras el Hijo crucificado busca al Padre, su transparencia respecto al Padre es también superada por la del mismo Padre: por el silencio con el que acepta totalmente este sacrificio del Hijo. Escondiéndose totalmente, el Padre se revela enteramente. Nada supera esta trasparencia. Deja que se acabe la vida terrestre del Hijo en la pasión total y en ella está el lenguaje más claro del Hijo a propósito del Padre: en su noche, solo es el Verbo mudo del propio Padre: el sacrificio aceptado en el silencio. Es la culminación de lo que el Padre y el Hijo han acordado juntos en el amor, y por consiguiente la revelación más íntima de Dios. Es el límite supremo de lo que los hombres pueden adivinar de la grandeza divina.»[1]

Evidentemente, estamos aquí en plena mística. Los santos Tomás de Aquino, los Schoonenberg, los Duquoc, los Frederic Lenoire ya no pueden seguir. Se trata de un mundo totalmente distinto que no es el suyo, pero que es el de todos los Padres griegos y orientales y de todos los teólogos de tradición ortodoxa hasta nuestros días, también el de nuestros místicos de Occidente, a través de los siglos, lejos de los razonamientos de nuestros teólogos filósofos. Es necesario, dicen los “Padres” griegos y orientales, que Cristo haya sido tentado al menos tanto como el hombre que hubiera sido más tentado en la historia de la humanidad; si no, ese hombre no habría sido salvado. Ahora bien, la peor de las tentaciones, es la desesperación absoluta, ser rechazado tanto por Dios como por los hombres, sin ninguna esperanza de perdón.

 


[1]  Hans Urs von Balthasar, Adrienne von Speyr, Apostolat des editions, 1978, p. 160-161; 164; 161-162; 164-167.

François Brune18Estos relatos con los que termina el P. Brune este capítulo me han emocionado. En ellos he visto a las religiosas carmelitas de Compiègne subir al patíbulo cantado el Veni Creator; he leído el “testamento” de Edith Stein del 9 de junio de 1939: «Acepto desde ahora con alegría la muerte que Dios ha previsto para mí…»; he observado a Lili en el campo de Ravenbrück como una antorcha de amor entre los prisioneros; he contemplado a las religiosas de Nagasaki cantar el himno que comenzaba: «María, madre nuestra, me ofrezco a ti…». Y todo esto, sencillamente, me ha emocionado.

Pero hay algo que no podemos olvidar en estos relatos emotivos: la llamada al sacrificio. Ya sé que para algunos esta historia, como las otras que siguen, revelará a un Dios sádico que se complace en el sufrimiento de los hombres. El teólogo P. Brune tiene esto en cuenta cuando explica, en este capítulo, que la historia del mundo es una lucha de fuerzas espirituales en la que las vibraciones de amor de estas religiosas, las de Edith Stein, las de los jóvenes de Budapest y las de los cristianos de Nagasaki se oponen a las fuerzas del odio.

 Se dirá que esto no está demostrado. Y es verdad que estas cosas no se demuestran con argumentos puramente racionales, como tampoco se demuestra que la Pasión y Muerte de Jesús respondiera a una plan de Amor de Dios frente a las fuerzas del odio que tienen esclavizado al mundo. Solo desde una determinada “lectura” de la historia, en la que no entra solo nuestro razonamiento lógico, se pueden comprender ciertas cosas.

¡Buen día!

CAPÍTULO 7

La fuerza del amor de Dios (final)

La llamada al sacrificio

Vamos a intentar ahora adentrarnos en el misterio de algunos “destinados”. Parece que algunos, individualmente o en grupo, son llamados a dar, como Cristo, la mayor prueba de amor que pueda darse mediante el sacrificio de su propia vida. La llamada a esta vocación es la que intento sondear aquí.

Las “bienaventuradas” carmelitas de Compiègne

Todo el mundo conoce el drama de las dieciséis carmelitas de Compiègne, guillotinadas durante el Terror, el 17 de julio de 1794. Gertrud von Le Fort, novelista alemana contó la historia novelada. Georges Bernanos compuso una obra de teatro, bajo el título “Diálogos de carmelitas” y Francis Poulenc compuso una ópera magnífica que dio la vuelta al mundo. Pero se desconocían hasta ahora los documentos auténticos hasta su publicación por primera vez por un investigador canadiense, de origen norteamericano y convertido a la ortodoxia. Los manuscritos estaban allí pero, por increíble que pueda parecer, diversos autores los habían consultado, pero a nadie se le había ocurrido publicarlos.

Así es como se sabe ahora que, mucho antes de la ejecución de las religiosas, se transmitía en su comunidad una vieja tradición, según la cual todas serían llamadas un día al martirio. El convento había sido fundado en 1641, y en 1693, por tanto un siglo antes del drama, una de las religiosas había tenido un sueño o más bien un ensueño. «Este sueño, al que ella no dejó de atribuir luego gran importancia, le había mostrado en el paraíso a toda la comunidad llamada a “seguir al Cordero”, “excepto dos o tres”.» Las religiosas habían comprendido enseguida a través de este lenguaje religioso, que serían llamadas al martirio. Ellas habían aceptado con alegría la perspectiva de éste. Pero, con el paso de los años, tuvieron que resignarse a creer que aquella llamada no era para ellas. Mantuvieron sin embargo la firme convicción de que esto le sucedería a su comunidad  y se transmitían esta tradición de generación en generación. Un siglo más tarde ocurrió todo. Faltaron a la llamada tres religiosas que, por distintas razones, no se encontraban en Compiègne el día del arresto de las hermanas. A una de ellas le debemos una descripción bastante detallada de los acontecimientos. Vuelta a Compiègne cuando se calmó la tempestad, pudo reunir una parte de los archivos del convento y recoger algunos testimonios.

¿Se trataba solo de un sueño premonitorio como tantos otros? Es cierto que cuando se sabe que a un determinado nivel ya no hay tiempo ni espacio, parece muy normal que se pueda captar un acontecimiento antes de que suceda. Sin embargo, en este caso concreto, no fue directamente el acontecimiento el que percibió esta religiosa, sino su repercusión en el más allá. No se trata por tanto de un sueño premonitorio, sino de una imaginación, de una advertencia procedente del más allá. ¿Cómo no ver en ello una intención, una preparación psicológica que responde a una verdadera misión, y por tanto a una llamada de Dios al martirio? Lee el resto de esta entrada »

Lees lo que aquí se dice de los estigmatizados a partir de san Francisco de Asís, primer estigmatizado que se conoce en la Iglesia, y te quedas fascinado. ¿Cómo es posible que San Francisco le pida a Dios sentir todos los dolores de la Pasión? Lo de sentir por Cristo el mismo amor que él sintió por nosotros, se entiende, pero pedir sentir sus dolores… Y vas recorriendo cada uno de los estigmatizados de los que aquí habla el P. François y te queda la misma impresión.

Siempre se da el mismo proceso. Iniciativa de Dios y respuesta generosa, heroica por parte del estigmatizado. No se trata de sufrir por sufrir. Se trata de unirse a Él por amor. Lo que resulta increíble es el modo como viven esta unión. ¡Algunos, como san Francisco, estallan de felicidad y entonan un himno parecido al Magnificat por haber sido elegido por Dios!

Uno se pregunta: ¿qué hay detrás de todos estos sufrimientos físicos, causados por las mismas llagas que sufrió Cristo en la cruz? ¿Tan importante es el dolor en el Cristianismo? Y vas descubriendo que no es el dolor en sí lo que vale, sino el amor.

Muchos somos incapaces de sufrir, pues vivimos en una sociedad en la que se rechaza el más mínimo dolor. Pero hay algo que sí se entiende: «sin amor, demostrado en el dolor, no somos nada». No me refiero a pedir el dolor de Cristo en la Pasión. Me refiero a algo mucho más sencillo: miras a tu alrededor y ves que hay personas o situaciones que te hacen sufrir. No buscas cosas extraordinarias. Aceptas sencillamente lo que Dios te envíe, sea lo que sea. En esta aceptación, confías y amas: confías en que no te enviará más de lo que puedes soportar y tratas de amarlo en medio de lo que te envíe, pase lo que pase. ¡Fallarás y tendrás que levantarte una y otra vez, pero no te rendirás!

¡Buen día!

CAPÍTULO 7

La fuerza del amor de Dios (continuación)

La pedagogía del Amor (continuación)

Los estigmatizados

François Brune17Todas las interpretaciones que reducen la Pasión y la muerte de Cristo a un acontecimiento personal no ven el misterio total de su vida. Los místicos lo comprendieron y nosotros vamos a descubrirlo poco a poco con ellos. Hasta ahora habíamos visto, en primer lugar, a místicos cuyas pruebas eran una participación directa en las de los pecadores a quienes ayudaban. Podía tratarse de pruebas físicas, dolores o enfermedades, pero también de pruebas morales, de tentaciones. Podían considerarse como formas de “empatía”. Luego, vimos cómo a estos mismos místicos les era confiada la carga por el mismo Cristo, presente en ellos. Finalmente, comenzamos a abordar el misterio de la prueba suprema, asumida por Cristo en su Pasión. De aquí parte todo. A partir de aquí todo adquiere sentido, tanto la Historia de toda la humanidad como la de cada uno de nosotros. Pero los Evangelios no hacen sino mostrar la importancia central de esto en la vida de Cristo. Del mismo acontecimiento solo nos ofrecen el relato, visto desde el exterior.

A partir de estos pocos elementos, cada uno es libre de hacerse la reconstrucción que quiera y pueda siguiendo su intuición. Pero me parece que hay otra vía más rica y más segura. Para comprender mejor la Pasión de Cristo, el cardenal Hans Urs von Baltasar contempló esta Pasión a través de una mística que la revivía profundamente. Los místicos “estigmatizados” solo son por otra parte casos extremos. Es todo el papel del sufrimiento en los místicos el que seguimos tratando de comprender mejor.

Primera observación: Parece que san Francisco de Asís es el primer estigmatizado de la Iglesia. Joachim Bouflet solo señala antes algunos casos de personas piadosas que, a veces se hacen llagas parecidas a las de Cristo, sin ninguna intención de fraude, por supuesto, sino solo por el deseo de unirse más estrechamente a los sufrimientos del Salvador.[1] Pero en la historia de la Iglesia no hay ningún caso de estigmatizado anterior a san Francisco de Asís. Durante más de un milenio, la Iglesia se enriqueció con muchos santos, provocando a veces la admiración de masas enteras y canonizados muchas veces por aclamación, pero no se conoce un solo caso de estigmatización. Ellos sin embargo leyeron también los Evangelios, celebraron las grandes fiestas de la Semana Santa y Pascua, meditaron sobre el ejemplo de Cristo, se entregaron a veces a austeridades que nos harían temblar… Nada de todo esto terminó nunca en un fenómeno de estigmatización. Los corazones estaban dispuestos, por supuesto, pero Dios, en todo estos siglos, no juzgó nunca adecuado darnos esta señal. Lee el resto de esta entrada »

De lo que aquí se dice, hay muchas cosas que no entiendo. Por ejemplo, esa pedagogía de Cristo para enseñarnos a amar como Él nos ama y como amaron los místicos. Sí veo clara una cosa: me conformaría con “amar a Dios sobre todas las cosas” ¡Y es el primer mandamiento! Llevo años tratando de ser buena gente y ni he dado este primer paso, ni creo lo dé nunca. ¡Estamos arreglados!

Tampoco entiendo que Dios se haga “mendigo de amor” (teólogos ortodoxos). ¡Por qué mendigo! Y el caso es que comprendo lo que dice el P. Brune y me parece fantástico, pero tengo tan dentro lo de ser coherente y no dejarme llevar de superficiales entusiasmos que, en la práctica, no me entero de nada.

¡Y es que, en el fondo, me cuesta entender lo de “tome su cruz y sígame”! “¡Hay que ser razonables!” me digo. Me cuesta entender el “tiempo de sufrimiento” de que habla François Brune: que el ángel de la guarda instruya a Gemma Galgani sobre el valor del sufrimiento por las almas del Purgatorio, que Cristo y la Virgen inciten a Sor Josefa a sufrimientos físicos, que el cura Vianney se entregue a penitencias extremas, lo mismo que Pablo de la Cruz, Faustina Kowalska, Teresa de Lixieux y santos de la Iglesia de Oriente.

¿Pero todo esto no es puro masoquismo? ¿no tienen razón los psicoanalistas cuando dicen que el Cristianismo promueve un “dolorismo” enfermizo? ¡Y me doy cuenta de que por este camino no entiendo absolutamente nada! Tal vez tengan razón los físicos cuánticos y Mircea Eliade cuando dicen que, en esta materia, ¡¡¡ni el tiempo ni el espacio cuentan!!! ¡Si esto es así, estos místicos que no comprendo se están uniendo “aquí y ahora” a los sufrimientos de Cristo “allí y entonces”!

¡Buen día!

CAPÍTULO 7

La fuerza del amor de Dios (continuación)

La pedagogía del Amor

François Brune15Por las citas anteriores, ya hemos comenzado a entender un poco los efectos de esta misteriosa presencia de Dios en nosotros. Necesitamos ahora comprender mejor cómo Cristo, en nosotros, nos va a llevar a mayor amor hasta que nosotros amemos poco a poco como él nos ama. Se trata aquí de un juego sutil que se desarrolla generalmente según fases alternativas de felicidad inmensa y de grandes pruebas. Es importante ver, a través de sus propios testimonios, cómo lo vivieron los místicos y cómo se sintieron así movidos a progresar indefinidamente en el amor.

El tiempo de felicidad intensa

En nuestra relación con Dios, hay dos movimientos: el amor de Dios hacia nosotros, al que responde, por nuestra parte, el sentimiento de ser amado por Dios, y nuestro amor hacia Dios, puesto que éste parece reclamarlo como un “mendigo de amor”, según una expresión amada por los ortodoxos. Estos dos momentos responden al tiempo o, más frecuentemente, a los períodos de “gracias”, de felicidad, porque los dos nos son concedidos por Dios, incluso el poder de amar. Son momentos extraordinarios que tienen como fin, al parecer, instalar definitivamente en él al místico al que Dios ha elegido para esta misión y hacerle progresar en su amor a Dios. Pero es también, sin que el místico muchas veces se dé cuenta, una preparación para la aceptación incondicional de las pruebas que seguirán.

La felicidad de ser amado por Dios:

Los testimonios de este amor son innumerables y se podrían hacer con ellos enormes antologías. Las palabras utilizadas por Cristo están frecuentemente inflamadas, llenas de una ternura increíble. He aquí algunos ejemplos que tomo de Grabrielle Bossis (1874-1950), que es aún poco conocida:

«Parezco mendigar. Mi Amor utiliza todos los medios. Da a este Mendigo que espera y al que tú amas. Más tarde se cambiarán los papeles.»

«Con cuánta ternura os llevamos… Ternura infinita… Delicadezas infinitas que os asombrarían si las vierais, y que tal vez os escandalizarían. ¡Un Dios amar tanto a su Criatura…! Sí y más. Es nuestra Riqueza, el Amor. Cree en él, en la Locura Santa, y entrégate a Ella sin cesar, porque Dios te ama sin que se interrumpa, hijita mía.»

«¿Y sabes lo que hacemos al escribir estas páginas? Quitamos ese prejuicio de que la intimidad del alma solo le era posible al religioso en un claustro, cuando Mi amor secreto y tierno es en realidad para toda alma que vive en este mundo.»[1] Lee el resto de esta entrada »

Este capítulo es de una importancia excepcional dentro del libro: ¿Tiene algún sentido la Pasión horrorosa de Cristo para el hombre de hoy? Si lo tiene ¿por dónde van los tiros? Un escritor muy conocido en Francia, Fréderic Lenoir, experto en religiones, filósofo y sociólogo, lo tiene claro: Cristo sufrió su Pasión porque no pudo evitarla; se metió en un «jardín» de denuncias a los poderosos y lo asesinaron. Esto ha llevado a una «concepción dolorista» del cristianismo. En realidad, en el plan de Dios no entraba una Pasión tan dolorosa…

Esta línea sin embargo entra en contradicción flagrante con los textos de los cuatro Evangelios en los que se habla del anuncio de su Pasión por parte de Cristo. El P. François Brune, ya desde el título del capítulo, señala el sentido de la Pasión: «La fuerza del amor de Dios». Es decir, lo que le lleva a Cristo a una Pasión tan horrorosa es el amor. Podemos entender un poquito fijándonos en lo que a nosotros nos lleva, a veces, el amor a nuestra esposa  y a nuestros hijos: nos lleva a “bajar del burro” y a dar el primer paso para volver a hablarnos; o a ayudar al que encontramos pidiendo (poner aquí cosas buenas que vemos: la ayuda a salir del hambre, de la prostitución, etc).

Pues bien, a Cristo lo llevó el amor… Nos veía esclavizados al egoísmo, al fariseísmo (=hipocresía), a la intolerancia, al sectarismo (ver carta de Arnaud del 26/11/93 sobre cómo debe ser hoy la evangelización) y se propuso ayudarnos denunciando la hipocresía, etc. que veía en la iglesia (sinagoga) de su tiempo, aunque sabía lo que le iban a hacer.

Pero hay otra cosa importante en este capítulo: no solo toma Cristo en sí a toda la humanidad, sino que admite a los generosos, a los tolerantes, a los no-sectarios a compartir con Él la Pasión dolorosa. Y aquí entran todos esos «místicos» espléndidos que vemos en este capítulo…

¡Buen día!

CAPÍTULO 7

La fuerza del amor de Dios (inicio)

François Brune16Con este misterio del sufrimiento de Cristo, entramos en un mundo extraño, muy difícil de comprender para la mayoría de los hombres de hoy. Parece que tiene que ver con una especie de complacencia malsana por el sufrimiento, incluso una especie de fascinación. Frederic Lenoir, ya lo hemos visto, pensaba que Cristo solo había sufrido el sufrimiento de la Pasión porque no había podido evitarlo y denunciaba esta «concepción dolorista que lleva a sus adeptos a buscar voluntariamente el dolor, la mortificación, para acercarse a Cristo creyendo imitarlo.»[1]

Hay en esta afirmación la voluntad clarísima de no tener en cuenta textos del Evangelio, de considerar que ellos falsearon ya por completo la verdadera figura de Cristo y por tanto de construir otra imagen que no se basa absolutamente en nada, sino en la intuición del autor. Porque los textos están sin embargo ahí y son irrefutables, sobre todo desde que pasó la moda  de atribuirles fechas de redacción muy tardías y por tanto muy lejos de los acontecimientos.

La mayoría de las introducciones de las ediciones de la Biblia explican aún que la redacción de los Evangelios es obra de las primeras comunidades y no de testigos directos. Pero hoy se sabe que todos los apóstoles sabían leer y escribir y que, ya en tiempos de Cristo, era posible tomar notas en pequeños cuadernillos. Hoy resulta cada vez más evidente que los apóstoles debieron tomar notas en el día a día y por tanto que la redacción definitiva de los Evangelios, incluso la más tardía, debió hacerse a partir de estos documentos tomados en vivo. Un exégeta de fama internacional como André Paul piensa incluso que algunos de estaestos cuadernillos circular ya en Palestina del tiempo de Cristo e incluso en versión griega en las regiones donde ya no se hablaba el arameo.[2]

Muchos autores, como Frédéric Lenoir, siguen construyendo su reflexión sobre la convicción de que el Evangelio de San Juan es solo una obra tardía, sin gran relación con la vida real de Cristo, mientras la mayoría de los exegetas profesionales han dado recientemente marcha atrás y ven hoy en este texto el testimonio de un compañero directo de Cristo. Sobre este punto concreto, ved los trabajos de Jacqueline Genot-Bismuth, de François Le Quéré, Jean Colson, Robinson, Oscar Culmann… Para ellos, el Evangelio de Juan debió escribirse muy pronto, hacia el año 50, es decir, menos de veinte años después de los acontecimientos. Yo ya traté de mostrar en Dieu et Satan [3] hasta qué punto los exégetas de la generación anterior, con sus dataciones tardías, había arruinado la credibilidad de los Evangelios y ,por tanto, de la fe. Pero la información circula siempre con mucha lentitud desde los especialistas al gran público y muchos son, sin duda, los filósofos-teólogos que seguirán construyendo su pensamiento sobre estas dataciones falsas. Frédéric Lenoir no es más responsable que otros. Si lo he citado especialmente es porque es uno de los más difundidos.

Esto no impide evidentemente que estos relatos, redactados después de los acontecimientos, introduzcan términos que el mismo Cristo no utilizó probablemente en el momento. Pero esto no resta nada a la autenticidad de estos testimonios. He preferido mantener los pasajes paralelos en los que se encuentran, de un Evangelio al otro, prácticamente los mismos términos. Provienen probablemente de los mismos cuadernillos. Lee el resto de esta entrada »

Siempre me llama la atención la importancia que dan los periodistas a la palabra “claves”: “nuestro enviado en Roma nos va a dar las claves para entender el cónclave…”. Las claves de un suceso, de una noticia, son, como en una partitura, las que determinan el nombre de las notas del pentagrama, según la clave (Sol, Fa..,) así es el nombre.

Pues para saber leer también lo asombroso que aquí nos dice el P. François sobre los místicos necesitamos también una clave. ¿Cuál es la clave de lo que dicen y hacen estos místicos? Estoy seguro de que más de uno leerá con atención lo que aquí se dice del Padre Aguntín Delage, de María de la Trinidad, de Ángela de Foligno, etc., y al leer las dolencias físicas y las tentaciones que ellos asumen por los demás, concluirán tal vez lo mismo que yo: la clave de todo esto está en el amor, en la solidaridad. Dan la impresión de que se dejan inundar, anegar por la Solidaridad y el Amor de Dios y se convierten en canales de estos hacia los que sufren físicamente o toman sus tentaciones.

El Padre Brune insiste en un “mecanismo” que actúa en la comunión de los santos: este mecanismo es la solidaridad entre unos y otros, el que unos puedan hacerse cargo de otros: de sus padecimientos físicos, de sus tentaciones. Lo que hacen estos místicos es tan enorme que puede dejarnos un poco anonadados a los que no nos movemos por estos pagos de solidaridad. Sin embargo, todos estamos llamados a ella. Sin ella, no hay nada que hacer…

Estos días estamos recordando la mayor solidaridad de un ser humano con todos. Si como defiende el P. Brune, todos formamos como un gran holograma que traspasa el tiempo y el espacio, podemos vivir, como si estuviéramos en Jerusalén, el drama trágico que vivieron Jesús y su Madre y solidarizarnos con ellos y hacernos “canales” de la Solidaridad y el Amor de Jesús. ¡Algunos, seguro que lo tratarán de hacer!…

¡Buen día!

CAPÍTULO 6

Las fuerzas de la luz (final)

François Brune14Robert de Langeac (1877-1947)

El Padre Agustín Delage, su verdadero nombre, sacerdote de la Compañía de San Sulpicio, era profesor de teología en el Seminario Mayor de Limoges. Sufría fuertes dolores de cabeza que le dificultaban sumamente poder trabajar. Confesó una vez que, para no escandalizar a sus visitantes, dejaba siempre un libro abierto sobre la mesa para dar la impresión de que estaba leyendo. Pero, en realidad, sus dolores le hacían incapaz. Sus primeros escritos fueron publicados, cuando vivía, con un seudónimo, para respetar su anonimato. Es con seguridad uno de los mayores místicos del siglo pasado e incluso de toda la Historia de la Iglesia y estamos todavía muy lejos de calcular su importancia. Forma parte de esos innumerables santos no canonizados, como el Maestro Eckart, Claudine Moine, Charles de Foucauld…

Pues bien, Robert de Langeac trata de explicar que antes de pretender difundir el Evangelio, debe uno llenarse de Dios.

«¡Cómo hay que adorar, amar, escuchar a este divino Espíritu! ¡Cómo hay que obedecerle! Después, cuando uno está divinizado, diviniza a su vez con El y por El. Qué misterioso es esto. Hasta qué punto es verdadero, profundo, me atrevo a añadir, embriagador. Se vive con El en el alma a santificar. Se trabaja allí con una paz y una alegría del cielo. El instrumento y el que lo utiliza son solo uno; y es necesario que uno y otro estén de alguna manera allí donde actúan. ¿Van ellos al alma o el alma viene a ellos de cierta manera y como a pie de obra? No lo sé. Tal vez más bien la segunda manera.»

A la luz de lo que ahora sabemos sobre el espacio y el tiempo, resulta evidente que ni siquiera hay que elegir entre las dos hipótesis propuestas por el Padre de Langeac. No hay desplazamiento de un alma a otra. Ellas coinciden ya. Pero Dios está también en estas almas unidas: «Se vive con El en el alma a santificar.»

Vuelve otra vez sobre esta experiencia, con algunos detalles:

«Me parece que mi alma en su fondo es como el lugar de encuentro de otras almas, ‒unas veces conocidas, otras desconocidas– con el Buen Dios. Es aquí donde El se une a ellas. ¿Por qué? ¿Cómo? No lo sé. Muchas veces conozca el hecho por una visión interior que es puro conocimiento. Pero me sucede también, cuando Jesús lo quiere, comunicar en su alegría de Esposo. ¿Qué ocurre en el alma cuando Jesús se une en mí? ¿Hay armonía entre lo que ella siente y lo que yo constato en el fondo de mi corazón espiritual?… Cuando siento (no siempre lo siento) que el Buen Dios pasa por mi corazón para entregarse, es demasiada alegría para mí.»[1] Lee el resto de esta entrada »

Recuerdo una cita de Max Plank de la profesora María Victoria Fonseca en una conferencia sobre física moderna: «Los átomos, los protones, etc., están unidos por interacción electromagnética (EM). Creemos que, detrás de esta fuerza, existe una mente consciente e inteligente que es la matriz de toda interacción de la materia, porque, dentro de esa vibración EM, está la información que modifica dónde se tienen que colocar los electrones en el átomo.»

En este envío, se aborda uno de los fenómenos de interacción más fuertes que existen. El P. Brune lo llama «empatía» y la estudia en los psicólogos y en los místicos. La empatía es una interacción más fuerte de lo que ésta se suele entender. En ella nos encontramos muy cerca del holograma que implica «una especie de puesta en común primitiva, desde el origen del mundo, de todos los pensamientos y acciones del hombre a través de la historia».

Analiza la empatía entre los místicos con una finalidad que no hay que olvidar: a través de varios ejemplos concretos, estudia la ayuda aportada por ellos a algunos de sus contemporáneos, probados por el dolor o la tentación. Cita algunos ejemplos. Podría citar más. Pero lo importante es no perdernos en las ramas de pequeños detalles y ver el bosque: la ayuda de estos místicos a los demás.

Ana-Catalina Emmerick recibe la misión de asumir en ella las enfermedades de otras personas. Teresa Neumann carga a veces con los vicios y las tentaciones de los demás… Faustina Kowalska es en una especialista en ayudar en la conversión de los moribundos. Lo que aquí se cuenta es fantástico…

¡Buen día!

CAPÍTULO 6

Las fuerzas de la luz (continuación)

François Brune13En la tierra, cuidamos unos de otros

La empatía en los psicólogos

La empatía es un fenómeno conocido por los psicólogos, pero no todos están de acuerdo a la hora de definirla y concretar sus límites. Para Elisabeth Pacherie, «Por “empatía” se entiende hoy la capacidad de ponerse en el lugar del otro para comprender lo que siente. La empatía, así definida, se distingue a la vez de la simpatía, del contagio emocional y del fenómeno más amplio de fingir ser otro… El contagio emocional indica el fenómeno de propagación de la emoción de un individuo a otro. Es un fenómeno muy conocido por la psicología de masas y que se halla también en los bebés, que responden comenzando a llorar ante el llanto de otro bebé. Se está de acuerdo generalmente en pensar que el contagio emocional se caracteriza por una forma de indiferenciación entre uno mismo y otro… La simpatía, como indica su etimología, supone que tomamos parte en la emoción sentida por otro con el que compartimos el sufrimiento… La simpatía pone en funcionamiento fines altruistas y supone el establecimiento de un lazo afectivo con el que es objeto de la misma. La empatía en cambio es un juego de la imaginación que busca la comprensión de otro y no el establecimiento de lazos afectivos.»

L. Wispé resume: «El objeto de la empatía es la comprensión. El objeto de la empatía, el bienestar del otro… En resumen, la empatía es un modo de conocimiento; la simpatía es un modo de encuentro con el otro.»[1]

Jean Decety hace la distinción simpatía/empatía en sentido inverso con relación a lo que acabamos de ver en E. Pacherie. El vocabulario aún no está bien definido: «El concepto de empatía se contrasta o a veces se confunde con el de simpatía. El primero supone una forma de identificación con otro, mientras la simpatía implica una relación más relajada… Existen casi tantas definiciones del concepto de empatía como autores que escriben sobre el tema. Sin embargo, estaremos aquí de acuerdo en la idea de que la empatía se caracteriza por dos componentes primarios: 1. una respuesta afectiva hacia otro que implica a veces (aunque no siempre) compartir su estado emocional, y 2. la capacidad cognitiva de asumir la perspectiva subjetiva de la otra persona.»[2] Lee el resto de esta entrada »

François es original en su argumentación. Consciente del debate que existe sobre los ángeles, plantea: ¿Son realidad o ficción? Para León Dufois (Vocabulario de Teología Bíblica) está claro: ficción. Brune no entra al “trapo”. Dice que son reales y “los pone en acción” refiriéndose a casos concretos y cercanos que conoce bien: “La respuesta del ángel”, lo que hacen los ángeles con Teresa Neumann, con Natuzza Evolo. Cierta confirmación en ECM. ¡Pero conoce el terreno que pisa y no se hace ninguna ilusión!…

¿Y qué relación tienen con nosotros esos otros “seres de luz” que llamamos “muertos”? —Se preocupan y cuidan de nosotros, dice François. Y argumenta también con casos concretos e interesantes: Teresa de Lixieux lleva alivio a otra Teresa, T. Neumann; el cirujano inglés Dr. Lang sigue operando desde el más allá con las manos que le presta un bombero; espíritus del otro lado curan a través de Maguy y Daniel Lebrun; Enzo influye en unos malvados para que no hagan tanto daño a sus padres; el ascensorista Alain “ilustra” al compositor Misraki;  Lino trata de demostrar que el más allá existe…

Pero la mayoría de las ayudas que llegan del Otro lado no se ven: son casi siempre “energías”, “ondas”, “fuerza” que se difunde en el silencio y a través de un trato individual, pero como son tan abundantes forman una ola enorme en beneficio de los humanos, sobre todo los más desfavorecidos. Ahí están todas las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) que tanto bien hacen en el mundo actual…

¡Buen día!

 

CAPÍTULO 6

Las fuerzas de la luz (continuación)

François Brune12Los ángeles velan sobre nosotros

¿Realidad o ficción?

En el mundo invisible están en primer lugar los ángeles. Sé que la moda actual, incluida la de la Iglesia, es de no creer ya en su existencia. Hay que reconocer que a fuerza de representarlos como pequeños bebés mofletudos, nalgudos, ha desaparecido en gran parte su credibilidad. Sin embargo, están muy presentes ya en el Antiguo Testamento y su acción, por tanto su existencia, se halla confirmada repetidas veces en el Nuevo Testamento. El Vocabulario de Teología Bíblica, en su edición de 1962, recuerda rápidamente el papel de los ángeles en el Antiguo Testamento, relacionándolo con el que tienen en las distintas religiones de Oriente Medio. Después, refiriéndose al Nuevo Testamento, explica: «El NT recurre al mismo lenguaje convencional, que toma a la vez de los libros sagrados y de la tradición judía contemporánea.» Esto, evidentemente, es una manera de sugerirnos que se trata solo de un “género literario” muy conocido y por tanto nada más que una ficción. Por supuesto, no se trata de negar las aportaciones literarias e iconográficas entre estas distintas culturas. El problema es saber si se trata solamente de ficciones o si, detrás de estos relatos, hay una realidad que trasciende todas las diferencias culturales. Cada pueblo habría pasado por la experiencia de estas presencias misteriosas y la habría expresado a su manera. Los pueblos vecinos en el tiempo y en el espacio, habiendo pasado por la misma experiencia, habrían recuperado algunas de las fórmulas o de las imágenes de sus predecesores o vecinos para expresarlas.

El mismo Vocabulario observa que «el mundo angélico ocupa un espacio en el pensamiento de Jesús. Los evangelistas hablan a veces de su relación íntima con los ángeles (Mt. 4, 11; Lc 22, 43); Jesús habla de los ángeles como seres reales y activos.»[1] Termino aquí la cita, porque tenemos ya lo que me interesa en esta presentación de los ángeles. Se sugiere delicadamente en este texto que las alusiones a los ángeles en el NT son solo un recurso a un “lenguaje convencional”, de aquí ciertos aprietos para reconocer que Cristo hablaba de los ángeles “como de seres reales y activos”, señal de que para el autor de estas líneas la realidad de los ángeles no caía de su peso. Lee el resto de esta entrada »

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